UN VIAJE POR LA TIERRA DE LOS ALUCINÓGENOS
Muchos comenzarán a leer este artículo, porque creerán que se trata de una experiencia psiquedélica (1), pero debo aclarar que no se trata de eso, más bien son una serie de reflexiones acerca de lo sobrevaloradas que están ciertas prácticas que nada tienen que ver con la idiosincrasia original de los autodenominados psiconautas (2). El gran problema es que los viajes de hongo, tales como los que se pueden conseguir en ciertas regiones de la sierra oaxaqueña, son parte de tradiciones y creencias que sostienen los habitantes de esas zonas y que obedecen a ciertos esquemas psicológicos compartidos por los integrantes de esas comunidades. Implican necesariamente un rango de experiencias que van preparando a la gente para adentrarse en una cosmovisión que les es familiar, contextualizada, que se desprende de toda una filosofía a cerca de la sobrenaturalidad que definitivamente no tenemos los que nos hemos educado en un marco occidentalizado de costumbres y formas de ver el mundo. Recientemente estuve en San José del Pacífico, uno de los destinos para aquellos que quieren experimentar estados alterados de conciencia con hongos alucinógenos, se encuentra a medio trayecto del camino entre la ciudad de Oaxaca y la población de Pochutla, la cual está a una hora de Puerto Escondido.
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El pueblo de San José está dividido por la carretera y lo primero que se puede observar, aparte del paradero de furgonetas, son las cabañas que se alquilan a los visitantes de la zona. Los encargados de estas reciben a la gente con cierto aire ausente en la mirada, como si también consumieran los hongos que les ofrecen a los turistas. Se les ve aletargados, como si el tiempo marchara en cámara lenta… claro que desde afuera no se comprenden bien los ritmos y costumbres diferentes a las que un citadino está acostumbrado, pero si se compara con la gente que habita en otras poblaciones, tanto los de Huautla como los de San José parecen estar inmersos en la vivencia del viaje con psicotrópicos, si no todos por los menos sí quienes reciben a los viajeros. Y la gente que llega por el “viaje”, uno que otro local, turistas mexicanos y extranjeros buscando “derrumbes” y “pajaritos” (3) para entrar en contacto con su ser más profundo, según les contaron, queriendo ver más allá de lo visible, fijando su mirada en un punto y creyendo descubrir la vida interna de las cosas, que sus sentidos se están despertando. Y la mayor parte de las veces todo resulta ser un auto-engaño. Se supone que esta práctica de ingesta de hongos corresponde a un sistema de creencias en el que se prepara a la gente desde pequeña para tener estos contactos con los “seres de la otra realidad”, incluso hay limitaciones para hacerlo, pero esto es algo que no saben estos modernos y ajenos comensales. Cuando consumen lo hacen sin guía, en el mejor de los casos les hacen vivir un viaje con algo de dirección, una versión para turistas, a los cuales algunos de los indígenas que los cuidan los ven con cierto recelo, si no es que desprecio, más bien les venden una idea a cambio de unos cuantos pesos. Es lamentable que tantas personas crean aún que sólo con ciertas sustancias pueden tocar lo más profundo de sí mismos, que sólo el hongo o el peyote lo pueden poner a uno en contacto con la divinidad interna –enteógenos (4)-. Esto es tan patético como aquel que dice que necesita unos tragos para ponerse a tono para convivir con las personas o el que necesita un cigarro para calmar los nervios. Lo más que consigue la mayoría es engañarse y mucho “malviaje”, como le dicen los que andan en la onda psiconáutica. Sin embargo sí es posible la experiencia auténtica de viaje al interior, y ésta se consigue con los sentidos bien despiertos, abiertos, sin sustancias que distorsionen la percepción. Es posible conectarse con la naturaleza sin necesidad de esto, es más ni siquiera hace falta quien nos guíe la manera de ver las cosas, uno por sí solo puede encontrar la certeza interna de la grandeza que se está contemplando. Basta mirar las montañas y dejarse sobrecoger por su imponencia, contemplar desde la quietud el movimiento de los árboles y así no tardarán en aparecer las pequeñas criaturas que habitan esos lugares, no porque nos den la bienvenida, sino porque no les parecemos peligrosos. Ver el cielo y las nubes que lo cubren, el sol que se cuela en los resquicios, la neblina que de pronto nos cubre y nos desorienta. Así es como se hace respetar la naturaleza y es así como de verdad se aprende a respetarla. Demasiado poder en esa montaña que nos regresa el reflejo de nuestra pequeñez y de nuestra insignificancia. Entonces el ego le hace una reverencia a toda esa maravilla y no quiere estar por encima de ella, sólo permanecer a su lado, disfrutando el éxtasis. Ninguna experiencia de viaje verdadero escapa de a la sensación de temor hacia lo tremendo, de éxtasis ante los sublime, y para entrar en contacto con estas sensaciones sólo hace falta mirar, escuchar, sentir, degustar con absoluta conciencia… y con suerte encontraremos la sabiduría que permanece dormida en el interior de cada uno. Psic. Valentín Pineda Gómez (1) El término psiquedélico se refiere a los estados alterados de la conciencia generados por alguna sustancia psicotrópica. (2) Así se auto-denominan quienes dicen viajar gracias a los agentes psicotrópicos (3) Manera coloquial en que se les nombran a ciertas variedades de hongos alucinógenos. (4) A los alucinógenos naturales los llaman enteógenos porque quienes los consumen dicen que hacen surgir al dios interno.