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EN DEFENSA DE LO ORDINARIO

Durante décadas, los seres humanos, hemos recibido una incontable cantidad de mensajes a cerca de que debemos ir más allá de nuestras propias posibilidades, superarnos y distinguirnos de entre todos los demás, ya no ser parte de la masa. Se ha dicho que tenemos una tendencia innata a irnos perfeccionando, como ejemplo en el deporte donde las carreras han visto que los tiempos se han ido reduciendo cada vez más, los deportistas de alto rendimiento se esfuerzan cada día de su vida “útil” a superar sus récords, sus errores y a deshacerse de las distracciones que desvíen su atención del objetivo que se han propuesto. En el campo de conocimiento, la ciencia y la tecnología, también se ha notado gran diferencia en cuanto a los avances que éstas han tenido. Ahora un niño tiene a su alcance una enorme cantidad de datos y una serie de dispositivos electrónicos e informáticos con los que sólo soñábamos quienes tuvimos nuestra infancia en el último cuarto del siglo XX. La consigna es ser mejores de lo que ya somos, superarnos, acabar con las lamentaciones, desarrollar todo ese potencial que dicen que tenemos y así surgen programas que se venden a los diferentes sectores de la población para vivir más plenamente.


El problema es que se habla de esta mejoría en términos superlativos, las personas que cubren los requisitos de esta superioridad reciben el calificativo de extraordinarios, maravillosos, supra-humanos y hasta Abraham Maslow los llegó a preferir por encima de toda esa gente común y corriente que no ha desarrollado estos potenciales, diciendo que eran personas diferentes, auto-realizadas y que había muy pocas de ellas aún en su época. Gracias a este autor surge el Movimiento del desarrollo del Potencial Humano, como una necesidad de llevar a la gente hasta esas alturas de realización y, sin hacer menos su esfuerzo y sus alcances, dejó de lado a toda esa gente que por circunstancias de diversa índole no puede o no le interesa alcanzar esa elevación, cosa que muchos de los encumbrados ideólogos seguidores de Maslow y otros pioneros critican severamente y califican como mediocridad o hasta enfermedad mental –llámesele neurosis o psicosis-. Parece que en aras de construir modelos teóricos que identifiquen a los individuos sanos de los perturbados, los psicólogos hemos estado dispuestos a catalogar ciertos comportamientos como no saludables -sólo porque no coinciden con el modelo que defienden- al mismo tiempo que otros como pertenecientes a aquellos que pueden salvar a la humanidad por su grado de integración, compasión y conciencia. Ahora hasta en la televisión aparecen estos personajes que se las dan de muy centrados y realizados diciéndoles a los televidentes cómo mejorar sus vidas, como encontrar la felicidad en los diferentes ámbitos de su existencia. Hablan de los comportamientos que todos debemos erradicar para disminuir los conflictos, y algunos hasta se ponen regañones llamando la atención para que no se distraigan de lo importante… y por supuesto que estos le dicen a los demás qué es lo importante en la vida.


¿Y el hombre ordinario? Si no es visto como patológico, muchas veces ni siquiera es tomado en cuenta, y esto sucede porque los comportamientos comunes no parecen dignos de ser admirados, porque sumar dos más dos no tiene mayor mérito, porque cuidar a los hijos si cuentas con el apoyo d tu pareja no es extraordinario. Parece que nos apresuramos a ensalzar los actos heroicos y a quienes los realizan, y los tomamos como modelos a seguir, y andamos comparando a los que no han llegado a cumplir estos méritos con los que sí lo han logrado, dejando muy elevado el estándar. Hoy muchos quieren ser “guerreros” y que se les aplaude por hacer lo que de por sí tienen que hacer y hasta se promueve que la gente inicie la batalla contra su ego, contra los deseos, contra el dolor. Y la verdad es que los mayores resultados que esta actitud promotora de lo extraordinario ha generado se observan en las ganancias que los motivadores se llevan después de cada conferencia, en el incremento de las ventas de libros y videos de superación personal. A psicoterapia llegan algunas personas angustiadas y avergonzadas de no poder ser mejores de lo que son y piden recetas para dejar de ser ellos mismos y convertirse en el tipo de gente que necesita la empresa, la esposa o hasta la suegra, se reprueban a sí mismos y no son capaces de encontrar tranquilidad mientras lo sigan siendo. No hace mucho tuve en mi consultorio a un hombre que vivía angustiado porque no lograba hacer feliz a su esposa, cambió sus hábitos y hasta su ritmo de trabajo para darle gusto y aun así ella no estaba satisfecha, pues quería que fuera un hombre capaz de ser diferente, quería a alguien extraordinario y lo que tenía era sólo un marido devoto y neurótico por semejante exigencia. ¿Qué error puede achacársele a un hombre así? Era un hombre común, con deseos como cualquiera, con una profesión digna, consiente de sus capacidades, temeroso de perder lo que tenía por un descuido cualquiera. Así habemos mucho millones más que cumplimos con nuestra función, no somos ni guerreros ni revolucionarios ni pioneros ni nada de eso, pero la sociedad y las modernas modas de superación personal por unos cuantos miles de pesos están implantando un modelo neurótico de personas que deben vivir en la excelencia, ser heroicas, felices, realizadas…


Y la verdad es que estas personas sí existen, pero nunca lo andan presumiendo y seguro hasta se sorprenderían si alguien llegara y les dijera que son guerreros, ellos no se consideran así, sólo viven y hacen lo que les toca hacer, nunca han ido a cursos para ser mejores, siembran la tierra y cuidan sus matas para tener una buena cosecha, llegan a sus casas y son recibidos por sus hijos y juegan con ellos, ellas cocinan y bañan a los niños y suelen tener muecas de disgusto en algún momento del día, pero no se lo toman a pecho y siguen sabiendo que encontrarán un solución, hablan con sus perros y les preocupa lo mínimo llenarse de conocimientos o de historias que no son suyas, leen poco, juegan mucho y así van aprendiendo de la vida.


Y lo mejor de todo esto es que seguro te encuentras a más de cinco todos los días en la calle, y unas más en la oficina o en el salón de clases. Todo tenemos la posibilidad de ser normales, de hecho ya lo somos, somos comunes y eso es una gran oportunidad de hacer las cosas bien, no actos heroicos, estos suceden cuando alguno que es ordinario hace lo que su sentido más profundo de humanidad le dicta en un momento en que todo indica que hay que tomar cartas en el asunto. Después todo regresa a su cauce, pero a las personas dadas a fijarse en eso que no nos creemos capaces de hacer se nos queda ese acto en la memoria, nos importa más que ese alguien haya salvado a otro de tirarse a las vías del metro que el sacrificio que hace a diario por llevarles algo de comer a sus hijos, que la resistencia que ha mostrado al aguantar tanto tiempo al injusto de su patrón, que pese a la carestía de las cosas por fin juntó para celebrarle los quince años a su hija. Seguro su familia tomará más en cuenta esto último que lo primero. No critico a las personas extraordinarias, más bien creo que todos lo somos, y eso ya nos vuelve ordinarios, pero igual no importa; lo triste es la necesidad casi neurótica que tienen muchos; lo que enoja es que muchos quieran vender sus cursos de excepcionalidad explotando esa necesidad. Aclaro que no todos los cursos tienen esta intención, hay programas formativos que ayudan a salir a la gente del sus círculos viciosos, pero son honestos y no venden la excelencia a personas que en realidad sólo necesitan un poco de amor propio. Defiendo a los hombres y las mujeres comunes porque somos la mayoría, porque también merecemos ser considerados entre los que merecen ser “salvados” si algo malo ocurriera, no tenemos una estrella en el paseo de la fama ni nuestros nombres figuran es ninguna lista de personajes ilustres, no hay nadie diciendo que somos maravillosos más que alguno de nuestra familia, cada quien es el mejor padre para sus hijos, el mejor esposo para su esposa y viceversa y eso es verdad; ¿por qué, entonces, debemos calificar a alguien de forma injusta y segregacionista para los demás? ¿Ser extraordinarios es lo que en verdad necesitamos? ¿Esto es sinónimo de ser lo que los otros necesitan y lo que nosotros mismos necesitamos? Digo que hasta para el mundo completo Hitler y Napoleón fueron extraordinarios, y bien sabemos lo que ocasionaron sus actos; en cambio todos tenemos un abuelo o un padre o una madre que no buscaron ser extraordinarios, hicieron lo que debían y por eso siempre estarán impresos en nuestra memoria. Yo pienso que es hora de hacer conciencia que esa neurosis y esa vergüenza por no ser mejores debería terminar, deberíamos decirles a todos aquellos que nos quieren hacer sentir mal por estar conformes con nuestras vidas que no nos importan sus motivaciones, que nos gusta nuestra vida como la llevamos. Si es cierto entonces la única obligación es ser nosotros mismos.


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