EL EGO: ACUSADO INOCENTE
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En la historia de las costumbres y los conceptos, los personajes míticos y sus significados siempre se ha presentado la estrategia del trastrocamiento de los usos comunes de ciertas ideas a fin de la conveniencia de los grupos que los manejan. Así es como los dioses se transforman en demonios, y las posesiones en trastornos mentales o viceversa, por ejemplo las brujas: de ser seres en contubernio con el diablo, ahora son hijas de la diosa en contacto con la madre Tierra o estudiantes en la escuela de Magia y hechicería de Howarts. Y cada época y grupo de poder que la representa escoge a sus demonios y condena ciertas prácticas y palabras para ensalzar otras, y en el caso del que se ocupará este artículo daremos cuenta de una idea que es el objetivo de estos grupos orientalizados que atacan y vapulean al Ego, poniendo por encima de él a la conciencia, hasta la escriben con “c” mayúscula, como si de una entidad divina, y con voluntad propia, se tratara. Durante muchos años el ego, un concepto que en un principio tuvo una clara definición, fue considerado una idea de suma importancia, cuyas funciones eran dar cuenta de la realidad, administrar los recursos internos, relacionarse con el entorno, mediar entre los apetitos del ello y las normas del superego, el discernimiento, entre las más importantes. El ego y la consciencia eran el centro del estudio de las disciplinas de la mente, la psicología y la psiquiatría. Apareció en la mayor parte de los escritos de Freud, y en los de Jung. Comprender al ego y sus motivaciones fue el motor que permitió el desarrollo de la disciplina psicológica, ya las discusiones se centraban en cuál de las teorías propuestas abarcaba de manera más explícita los múltiples componentes de la personalidad, así como el desarrollo de esta y sus desajustes. Cuando hablamos del “yo”, nos referimos, por regla general, a esa parte que toma decisiones y asume las consecuencias de éstas, hablamos de los que hemos ido construyendo como identidad propia, no compartida con nadie más; es una palabra que casi siempre va acompañada de acciones que esta parte ejecutiva realiza como demostración de la existencia objetiva de ese ego que se manifiesta en la realidad de manera clara, modificándola, calificándola y haciendo uso de los objetos que se hayan en ese mundo existente con total independencia del tipo de operaciones que la conciencia del ego aplique sobre él. El ego, en éste artículo equivalente al “yo” –como se usó desde que se acuñó el concepto-, es el que construye al mundo que observamos, el que opera sobre él y lo hace inteligible, y si bien es cierto que también es construido, no le quita la facultad de ser una herramienta imprescindible para la sobrevivencia, la generación de cultura, y los alcances espirituales más elevados. Aclaremos las frases utilizadas en el párrafo anterior a detalle. 1) No nacemos con este ego mental ya constituido. Washburn (1997) dice que comenzamos identificándonos con las sensaciones corporales, pero que a partir de complejos procesos de represión un día la identidad se aloja en la mente, es decir, en la posibilidad de establecer proyecciones imaginarias sobre uno mismo y los objetos que nos rodean, de generar operaciones intencionadas que se puedan concretizar en la acción. Para que esto suceda es imprescindible que cada contacto significativo con los objetos del mundo genere una impronta en la mente del niño, la cual modificará los siguientes encuentros con la misma cosa, estableciendo esas operaciones que serán importantes para la economía psíquica ya que se establecerán los patrones de acción y reacción ante la diferentes categorías de experiencia. Y en cada una de ellas el sujeto elaborará una definición de sí mismo, de lo que le constituye y de lo que puede hacer. De cada vivencia guardará los datos más importantes en la memoria y a partir de ellos configurará su identidad, ya que esta se establece siempre en relación con lo que nos rodea y en función de cómo nos relacionamos con cada elemento del mundo que se pretende transformar. 2) Así visto, el “yo” se construye y es una herramienta necesaria para el equilibrio psíquico y, aunque el ego de una persona difiere del ego de otra en la eficacia del funcionamiento de cada función que se le atribuye, fundamentalmente es igual en cuanto a estas funciones, y esto ocurre seguramente porque este constructo es, a su vez, una función evolutiva de la personalidad: existe para conservar la energía suficiente que nos permita ir atravesando exitosamente por cada etapa de desarrollo, a través de la voluntad, de las decisiones, de la valoración de los datos de los que se dispone. Nos permite ir más allá de nuestra condición animal, trascendemos nuestras necesidades y apetitos básicos para alcanzar posibilidades de desarrollo mental y emocional que sólo animales a los que se les puede atribuir una identidad determinada pueden desarrollar, y esto sucede por el contacto con el ego humano. Lancemos otra idea hipotética: esta función denominada ego está programada en el patrón genético del ser humano, de tal manera que es imposible no desarrollar un “yo”, basado en el instinto de supervivencia animal y en las posibilidades arquetípicas, los hombres nacemos dotados con el ego y su conciencia, tomando esta como proceso y resultado de diferentes operaciones mentales, con el único fin de alcanzar los más altos niveles de desarrollo o desplegamiento que la naturaleza le ha permitido a nuestra especie. 3) Para dar cuenta de tal desarrollo el ego del hombre se encarga de dejar testimonio de su contacto con el mundo, de la forma en la que ha sido influenciado por la realidad de las cosas existentes y la manera en que éstas son transformadas por su proyección, desde la mente, y su acción sobre los objetos internos y externos. Se ha ido generando la cultura, como agregado de acciones transformadoras de la naturaleza bruta, como la historia de cada una de las operaciones del ego con los elementos tangibles e intangibles de la realidad física y mental de la que está compuesta la totalidad del mundo. En ella el “yo” se vuelve colectivo, las acciones de uno se suman a las de los otros, y este efecto acumulador transforma al género humano y lo obliga a vivir en relación para poder satisfacer las diferentes necesidades y deseos. Así que el ego biológico, arquetípico, psicodinámico y social es el conformador de esto que llamamos humanidad. 4) Pero también el ego tiene una agenda que no se agota en realizar labores de mantenimiento, aprovisionamiento y defensa contra cualquier posible peligro, ya que también considera eventos especiales en lo que es capaz de dar un salto cualitativo de la supervivencia a la trascendencia. Él elabora un mapa en el que da fe del camino recorrido y establece la posible existencia de lo que hay más adelante en el camino. Supongamos que, como cualquier explorador honesto, el ego no se conforma con las conquistas realizadas hasta cierto punto de su desarrollo. Es verdad que ha conquistado el bienestar físico, mental y económico, pero ahora mira hacia otros puertos, vislumbra lugares a los que aún no ha llegado y sabe que para alcanzarlos se debe deshacer de parte del peso que ha ido ganando con los años, sabe que vale la pena cambiar ciertos tesoros por aquellos que puede conquistar en aquellas tierras. Así el “yo” se aboca a desarrollar la parte espiritual de la personalidad, busca trascender sus miedos, disolver sus apetitos desmedidos y procura alcanzar esa cima que se antoja deseable, por encima de todo lo conocido anteriormente.
De no ser por estas motivaciones del ego, muchos hombres y mujeres no se habrían acercado a las fuentes místicas y de sabiduría para llevar el desarrollo del potencial interno a esos niveles que llamamos espirituales o transpersonales. - o - Lamentablemente cuando algunos han tenido contacto con este nivel en la escala del desarrollo del ego se olvidan de lo que comenzaron siendo, sólo ven una sombra de la que hay que despojarse, un obstáculo y hasta un enemigo al que hay que cortarle sus múltiples cabezas. Es como aquel que tuvo hambre, cuando la ha superado llama flojos a los hambrientos. O más claro: aquel que reniega de sus gustos de infancia cuando ya se siente adulto; muchos de estos sólo creen haber superado la condición infantil y sólo se engañan a sí mismos contándose mentiras de supuesta madurez. Desde esta perspectiva se le empieza a tratar al ego como si fuera un criminal al que hay que perseguir para apedrearlo o quemarlo hasta que quede reducido a cenizas. Se le ha llamado el hacedor de guerras, el causante de envidias y odios, el principal responsable de la depredación planetaria, de la discriminación y la intolerancia. Se le asocia con el orgullo desmedido, con la mentira; con todo lo malo que nos podamos imaginar. Es el diablo que nos susurra para hacernos caer en la tentación. He leído escritores de libros que demeritan los logros del “yo”, que no reconocen su importante papel en la evolución de la especie, que lo descartan de las realizaciones trascendentales de la humanidad, que le vetaron la entrada en el reino de lo espiritual. Alguno ha dicho que el ego es como un perro que siempre ha de seguir al amo (Jodorowsky, 2004), sin darse cuenta que, por congestión intelectual, si se le ha de comparar con un animal debe ser con un caballo, que lleva al jinete donde éste se propone, pero cuya ausencia implica la imposibilidad de realizar dicha empresa.
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Se comete una injusticia terrible en contra de aquello que sólo nos ha permitido desprendernos de la inconsciencia de lo meramente biológico y nos ha llevado más allá de lo que ha conseguido cualquier otra especie animal. Las modernas tendencias impregnadas de orientalismo condenan al ego por supuestos crímenes de lesa humanidad y lo sentencian a sucumbir como si fuera una ilusión inventada en occidente. Proponen la privación, el ascetismo, el veganismo, el bestialismo para terminar de una vez por todas con aquello que ayudó en generar una imagen de Dios cercana a los hombres, semejante a nuestros más profundos deseos y temores, aquello que es la principal musa para todas las creaciones artísticas, aquello que es curiosidad e inquietud por ir más allá de este mundo material. Nunca creeré que el hombre esté por encima de la naturaleza, es parte de ella, pero tiene la capacidad para adaptar el medio a sus necesidades, generando mayor comodidad y bienestar y esto es algo que han malentendido los detractores del ego puesto que le achacan a este todo el deterioro que esta capacidad puede llegar a causar. Sin embargo la ciencia, el arte y la tecnología, las más claras expresiones de la transformación que parte de la inteligencia humana, son muestras dignas de ser consideradas como portadoras de vida más que destructoras. Y claro que hay destrucción muerte y odio, envidias y mentiras, pero esto no es algo inherente al ego o a la naturaleza humana siquiera, aunque algunos teóricos se empeñen en demostrar lo contrario, todo acto perverso es más bien causado porque el “yo” se deteriora si no se le ha tenido bien cuidado, pues es frágil y el equilibrio se puede romper con muy poco, siempre y cuando ese poco sea muy significativo. Tomando en cuenta la burda comparación del autor chileno citado anteriormente, el mismo perro que está siempre a nuestro lado moviendo la cola, si enferma de rabia, puede morder y contagiar a su amo; si un caballo galopa con los ojos tapados indudablemente nos puede conducir a un abismo. Así el ego, cuya función es favorecer el proceso evolutivo de la personalidad, enfermo nos conduce a regresiones patológicas y el eventual deterioro de la misma hasta el colapso total. Quienes juzgan severamente al ego de una persona o de un grupo no se dan cuenta que es como si estuvieran acusando a una persona con las piernas lisiadas de no poder correr; quienes sugieren que deberíamos disolver el ego pretenden que la misma persona desarrolle alas si se quiere mover. Para caminar en necesario gatear antes, y se necesita tener piernas. Para que la personalidad se desarrolle sanamente necesita del ego para conducir el camino de este desarrollo. Todo lo demás es invención, es manejar términos que no comprendemos y no podremos comprender porque no tenemos la experiencia vital contextualizada para poder hacerlo. El budismo, entre otros sistemas filosóficos orientales, tiene una comprensión muy diferente de la vida, sin embargo son los occidentales desfasados, que mal entienden sus premisas, los que han equiparado el ego con lo que los practicantes de este sistema consideran el engendrador de males, de ilusiones y de sufrimiento. Así que vayan buscándole otro nombre y dejemos en paz al ego que suficiente tiene con orientar la vida de cada persona hacia donde se tiene que dirigir.