LAS CLAVES DE SER MADRE
El otro día, viendo la televisión, puse atención un comercial de una muñeca que aseguraba preparar a las niñas para ser madres. En uno de ellos se muestra a una niña que cuida de su juguete como si esta fuera un bebé de verdad y aquella una madre real. En otro promocional del producto, sin embargo, presentan a las niñas ocupadas y dejando al cuidado de su madres a la muñequita con frases como “te encargo muchísimo a mi bebé, si llora me avisas”, “… ah y que no se duerma tarde”, “… y que no coma muchos dulces”, y termina el comercial con la frase “… para las pequeñas mamás de hoy”.
Tal campaña publicitaria no sólo está vendiendo un producto, sino que está sembrando en el inconsciente de las niñas la forma en la que se han de conducir de grandes, cuando se conviertan en madres. Está afianzando un modelo de maternidad, a saber, el de la mujer independiente, profesional, exitosa que al cumplir con su destino individual muchas veces ya no tiene tiempo para criar adecuadamente a sus hijos y los deja a cargo de nanas, institutrices, tutores de cualquier tipo, si bien les va, madres que ven a sus hijos sólo por las noches, cuando estos ya están en sus camas, despiertos aún con el único propósito de poder saludar a sus ocupadas madres. Lamentablemente este es el estilo que se ha adoptado en esta sociedad y me podrán replicar que de qué otra forma una mujer, madre, tal vez soltera, podría alcanzar su realización plena, ahora que la expectativa de plenitud ya no está centrada en el rol de madre. Y es cierto: esta época exige que las mujeres se multipliquen para desarrollar funciones que han quedado vacantes por la falta de responsabilidad y conciencia de muchos hombres, lo cual es una cuestión relativa al quedar medianamente ocupado el puesto de madre nutricia, educadora, enfermera, artesana, jardinera y un largo etcétera de actividades que llenan los recovecos del alma de los hijos cuando las contemplan y de ellas aprenden. Hay madres que justifican el poco tiempo que les dedican a sus hijos argumentando que estos han de volverse independientes para cuando ellas falten, y la herida se genera muy temprano porque la madre les empieza a faltar mucho antes de que se vuelva necesaria esta pérdida. Junto con estas presiones sociales y esta publicidad distorsionada existen esos autores de superación personal, místicos aberrantes con una visión deteriorada de las relaciones, que afirman que los roles de padre y madre deben desaparecer porque son expresiones de dominación y que un espíritu libre debería dejarlos atrás. Ante éstas insensateces mucha gente ha respondido adoptando esta postura anti-parental, en el fondo porque responde a una estrategia neurótica de compensación o de desquite contra una familia que abandonó o traicionó, a los ojos del niño que fue. Madre proviene del latín “mater”, de donde también se desprenden las palabras, matriz y materia. La matriz es donde se genera algo nuevo, la vida, y en una matriz se necesita material o materia prima para dar origen a las “cosas”, entendiéndose estas como cualquier cosa que se pueda generar. En este sentido podemos suponer que la madre, más allá de ser un ser, es una idea aplicable a todo aquello que sea capaz de generar, en el caso que nos ocupa, un ser con características similares, sólo que en menor grado de desarrollo. Madre es generar, y las mujeres tienen esta capacidad, lo que también está implícito en el vocablo femenino, que significa la que amamanta, en su acepción indoeuropea, o la que es capaz de producir si confiamos más en su raíz latina.
De aquí podemos darnos cuenta cómo es que todas esas significaciones nos han entrado muy profundo en el inconsciente, puesto que desde pequeños hemos experimentado todo esto al compartir el espacio con nuestras madres, tan poderosas, tan generosas, tan llenas de vida y ternura para sus hijos, y esto no es algo que se pueda aprender, la gran capacidad de la mujer radica en que ella, en un momento determinado de su vida, más tarde o más temprano, encarna una arquetipo que le susurra las intuiciones que le permiten ir desarrollando la capacidad de ser madre, de generar y procurar una nueva vida, de mantenerla saludable y abierta a los estímulos que la fortalecen y le otorgan sabiduría. Una vez que nos hemos alimentado de nuestras madres, que sus desvelos nos han acompañado en noches de altas temperaturas, que hemos crecido tranquilos gracias a sus ojos vigilantes, nos sentimos preparados para alejarnos de ellas, haciendo intentos cada vez más efectivos hasta que comprendemos que podemos sobrevivir sin ellas, pero seguramente nunca lo preferiríamos de esa forma. Así nos comenzamos a orientar a ese otro universo lleno de significados tan distintos, el mundo de nuestro padre, así que nuestra madre es una plataforma sin la cual no podríamos conocer nada de ese otro mundo, una vida con valores que se complementan a los que ella ya nos ha transmitido, el mundo que nos da sostén, una vez que ella nos ha proporcionado los cimientos para afianzar nuestra vida. Todo esto es lo que nos permite tener los pies arraigados al suelo, a la realidad, por esto, quien no tiene buena relación con su madre no es una persona realista, más bien alguien que en su fantasía trata de encontrar un sustituto de ésta, inventándose una “otra madre”, como en la película de Coraline y la puerta secreta, que con el tiempo muestra su verdadero rostro, pero resulta difícil escapar puesto que hemos caído en su telaraña; tal como le sucede a los que se refugian en la drogas, el alcohol, la promiscuidad, o las sectas. Se dice mucho que cuando maduramos ya no necesitamos de la madre, eso es lo que muchos quisieran, pero en un sentido simbólico eso es imposible ya que la misma mitología da cuenta de que la vida del hombre y la mujer maduros no es un alejamiento definitivo de esta fuente primaria, más bien pone a los héroes y heroínas en diferentes contextos donde se revela el poder oculto y casi siempre abrumador de la Madre, personificada como bruja o como madrastra, como hada madrina o como hechicera benévola o contradictoria, como refugio subterráneo donde el protagonista de la saga recobra sus fuerzas, o incluso ese momento en que el guerrero o el héroe regresa a casa antes de la batalla final, lo que le da la oportunidad de poner en orden su vida afectiva, reconciliarse con los suyos para ir ligero de equipaje, así que este retorno sirve para ir más allá de las propias limitaciones para poder trascender en un ámbito transpersonal. Bowlby define al vínculo como ese lazo afectivo que establecemos en nuestra más tierna infancia con esa persona que resuelve nuestras necesidades, la que nos ayuda a sobrevivir, se trata de un lazo que no debe romperse pues de ser así perderíamos toda ligazón con la fuente nutricia simbólica, esa impronta que nos brinda una base sólida en la vida. Y como esta persona casi siempre es la madre es lógico que ésta resulte altamente significativa para todos nosotros.
Aún esas madres que no estuvieron cercanas, esas que maltrataron a sus hijos a causa de sus defectos de carácter y sus proyecciones neuróticas, generan en sus hijos una especie de estabilidad que sirve de base a la persona con esa forma de comportarse, presentan un modelo y una gama de opciones para enfrentar al mundo. Sin intentar deificar al rol materno es justo decir que sin él no tendríamos un modelo de cuidado y protección que nos orienta a la vida, al disfrute y a la confianza en nuestras propias capacidades. Y aunque sean los valores masculinos los que imperan en la sociedad contemporánea, los maternos son los que desde el paleolítico han mantenido cohesionadas a las comunidades, son los que han hecho posible la convivencia solidaria, los que defienden la vida más que a las posesiones y la madre es la encarnación de ellos. Querer desarraigar este enorme campo de significaciones del inconsciente no solo es tarea inútil, sino que es insensato y quien lo intente seguro tendrá una herida en el alma que se ha infectado al grado de una especie de necrosis psíquica, una pérdida del vínculo con la vida, pérdida de fe, de esperanza y de amor. En uno de los evangelios Jesús dice que nadie llega al Padre si no es por el Hijo, es decir nadie conoce al padre más que observando lo que de él hay en su hijo, pero hemos de agregar que el hijo no existe si no es por la madre, y que ésta no engendra si no es por el padre. Es decir que se trata de un triángulo indisoluble que se mantiene durante toda nuestra vida, donde podemos adoptar un rol diferente, según se trate, en una nueva relación, la cual no nulifica aquella de la que provenimos. Los que somos hijos nos convertiremos en padres o madres, pero ello no nos libra de haber sido engendrados por nuestras respectivas progenitoras, hijos suyos para siempre aunque hayan fallecido, extraídos de su matriz en el pasado, reproduciendo nuestro intento de regreso cada noche al ir a la cama. Por último tal vez se pueda cuestionar mi postura como hombre que habla sobre los secretos de ser madre, sin posibilidades de sentir la maternidad en mi cuerpo y tal vez en mi alma, la verdad es que he visto en mi vida mucho sobre la maternidad, mi madre principalmente, y si no fuera capaz de reconocer su enorme fuerza, su sacrificio –hacer lo sagrado- por sus hijos, entonces estaría escindido de ese vínculo que me une a la vida. Testigo de un gran ejemplo, este escrito es solo un intento de clarificar lo que creo a cerca de ser madre.